Tom Simpson

Tom Simpson: la trágica historia de ambición que lo llevó a la muerte y cambió el ciclismo para siempre

Leemos literal esta obra de arte de Ander Izagirre, extraída de su libro «Plomo en los Bolsillos»

“Crujes de sufrimiento y caes de la bici, Tom Simpson. Aún no has entrado en coma, la montaña te está matando con paciencia. Alguien te levanta del suelo y vuelves a estar encima del sillín, inconsciente pero pedaleando como un robot. A tu vida solo le quedan 40 pedaladas. Y ni siquiera te das cuenta.

Un automatismo sacude tus músculos y consigues que giren las bielas, eres un muñeco roto, te tambaleas en el infierno, mont ventoux, dos mil metros, un desierto marciano y el oxígeno se agota, el sol achicharra, el calor espejea en un aire rojizo, como de hemorragia, y no hay sombra, solo rocas quemadas, ningún refugio en esta recta eterna, en esta calavera gigante, que nunca superarás.

Llevas una hora agonizando, pero nada cambia, las mismas rayas en la carretera, las mismas piedras fundidas, tu mente cuece alucinaciones, pedaleas sobre miel, el tiempo se repliega, todo se hunde, Octave Lapize grita asesinos, louis mallejac cree morir.

Eres puro dolor, te gritan te empujan te aplauden, ¿también se aplaude a los muertos? cada golpe de pedal es una cuchillada en tu sien, cristales en las venas, plomo hirviendo en los muslos, arena en la sangre, mantequilla en el corazón, te pitan los oídos, ves una niebla blanca, tiemblas, quieres respirar pero te han arrancado los pulmones, boqueas como un salmonete, intentas tragar ese aire viscoso, pero aspiras fuego, abres más la boca, el penúltimo dolor en las mandíbulas, revienta el corazón.

Te derrumbas de la bici por segunda vez. Tirado en la gravilla, entras en coma. Pero tus piernas todavía siguen moviéndose circularmente, como la cola amputada de una lagartija, haciendo girar unos pedales invisibles. Te has liberado por fin. Pagando el precio más alto. Pedaleando sobre un cero. A las tres y diez de la tarde del 13 de julio de 1967, el Tour te mata en la cuneta como a un perro, Tom Simpson.”

El mundo del ciclismo quedó consternado en 1967 tras la muerte de Tom Simpson durante la ascensión al Mont Ventoux. La autopsia confirmó que la causa de su muerte fue una mezcla letal de anfetaminas y coñac, sumado al agotamiento y al calor extremo de aquel día.

Sin embargo, para Simpson el uso de sustancias dopantes era una práctica común entre los ciclistas de la época y no era algo que lo detuviera en su afán de ganar el Tour de Francia de aquel año, pues tenía en mente un proyecto hotelero que necesitaba financiamiento. Simpson quería ganar a toda costa la etapa del Ventoux y estaba obsesionado con ello.

Pero el ciclista ya venía arrastrando un desgaste físico importante tras ceder tiempo en etapas anteriores. En Galibier, por ejemplo, había perdido bastante tiempo. A tres días de la temida etapa, Simpson sufría y necesitaba un impulso extra para conseguir su objetivo.

Lo cierto es que, hasta entonces, el dopaje no estaba controlado en el ciclismo, y era una práctica aceptada e incluso alentada. Simpson lo sabía y, como otros ciclistas de la época, no dudaba en utilizar sustancias estimulantes para mejorar su rendimiento y resistencia. Incluso llegó a afirmar que si sus rivales se dopaban, él no estaba dispuesto a dejarse ganar por ellos y prefería tomar las mismas sustancias.

La muerte de Simpson conmocionó al mundo del ciclismo y obligó a replantearse la situación. Un año después se instauró el primer control antidopaje en el Tour de Francia y se inició una lucha contra el dopaje que aún continúa hoy en día.

La figura de Tom Simpson, primer británico en vestir de amarillo y campeón del mundo en San Sebastián en 1965, sigue siendo recordada en el mundo del ciclismo. Su trágica muerte es un recordatorio de los peligros del dopaje y de la importancia de cuidar la salud de los deportistas por encima de cualquier ambición o deseo de victoria. Como dijo su mecánico, Harry Hall, en una especie de epitafio: «El estimulante que mató a Tom Simpson se llamaba Tom Simpson».

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